24 de enero de 2009

Su seña particular. (Descripción)


La verdad, tengo que admitir que aunque a veces tengo quejas al respecto, me gusta todo de él. Así como es, un poquito superficial, medio ego, medio metro, así está bien, al menos para mi. Sus manos son suaves, me gusta como se desparraman por mi cuerpo. Tengo una fijación con esas manos. Me vuelvo loca por sentirlas en mi. Adoro su sonrisa. Es perfecta. La boca se abre para dejar entrever unos dientes casi perfectos. Blancos, ordenaditos, todos en su lugar. Ver esa dentadura es placentero. Pero el tiene una seña particular. Algo que me haría reconocerlo aún con los ojos cerrados. Le encanta tocar orejas. Si si, así es. Le encanta tocar orejas (las propias y ajenas); y las mías las besa, las acaricia, las aprieta, las muerde. Y aunque en un principio me parecía extraño, ahora me agrada. De hecho, es como un lenguaje propio. Si no me toca las orejas... estamos en problemas, algo pasa. Es su seña particular. Desde que lo conocí supe que era una persona singular, especial. No como todos. El sentimiento hacia él es bastante particular también. Es fuerte, hace que me quede, aunque a veces quiera irme. Realmente no he conocido otros hombres con señas particulares tan definidas como la de él. ¿Curioso, verdad?

9 de enero de 2009

Ilusión Opitca


El reloj marca la una de la madrugada. Hace mucho calor en la buhardilla que funciona como la planta alta de mi casa, y yo, con la cara brillosa y la ropa un tanto pegoteada pretendo escribir. Pero mi cabeza esta atiborrada con muchas otras cosas. La época del año no ayuda. Navidad, Año Nuevo. Es tiempo de balances. Y si tenés un poco mas de suerte, vacaciones. Pero en lo único que pienso es en una montaña verde. Una montaña verde y alta. Una montaña verde y alta, lejos de esta ciudad. La ciudad me esta agobiando, me cansa, me degenera. Necesito un alto. Despejarme. Bajarme del ritmo capitalino. Vivo en provincia, pero la mayoría de mis días transcurren en Capital Federal. He desarrollado con este lugar una relación amor-odio incondicional. Amo el hecho de que la ciudad tenga vida las 24 horas del dia, pero eso mismo me hace odiarla: no parás nunca. Amo que este todo tan cerca, la diversidad de opciones, la diversidad de culturas y formas que pueden convivir en una misma pequeña ciudad. Detesto tanta gente amontonada, encimada en una misma metrópolis, que los sistemas de transporte colapsen, que te empujen por la calle... Gracias al cielo, si espío por la ventana me encuentro con mis plantas y mi hermoso pedacito de pasto, típico de una casa provinciana. No será una montaña verde, pero si hago un poco de fuerza con la cabeza seguro que puedo crear una buena ilusión óptica.